- El Ramiro cava ligero.- le dijo Tony al patrón.
Ramiro y Tony se conocen desde chicos. Comparten el enrejado que divide el fondo de sus casas. Enrejado, que pone freno al instinto amatorio de sus perros.
"El Ramiro", como lo llaman en el pueblo, vive con su madre en un rancho de chapa, implantado en un terrenito de la calle Reina Margarita en Tres Arroyos. Su padre se dedicó durante años a fajar a la vieja; hasta que un día, se fue vaya a saber uno dónde.
Ramiro es una persona muy tranquila. Nada lo hace modificar el compás que marca el ritmo de sus pasos.
Por las tardes, mientras su madre cose, él ceba mate. Entre mate y mate, la observa y piensa. Nunca se sacaron una foto juntos.
Las palmadas de Tony, lo sacan de sus pensamientos.
-Rami, el patrón busca cavadores, le dije de vos. Te quiere ver.- dice.
Sin decir una palabra, caminan al descampado, donde lo espera el capataz.
El jefe puso todas las condiciones. Ramiro, con la mirada perdido, sólo asintió.
Al cabo de una semana, de cavar día y noche, retira la paga.
Cuando volvía a su casa, entra a la tienda "La piedad", la más grande de Tres Arroyos. Saluda apenas con un gesto y le entrega veinte pesos a la vendedora, de los cincuenta que se acaba de ganar. La empleada saca un paquete de abajo del mostrtador, le despega un papel con cuentas garabateadas, lo coloca en una bolsa y se lo da.
Llega a su casa, se para frente al espejo y peina su pelo con agua.
El peine gotea el mantel plástico y pegajoso. El agua realza la negrura de su pelo y el blanco de la caspa.
Saca de la bolsa una cámara fotográfica y se para al lado de su mamá. La mira, la besa y al oído le dice:- Sonría mamita.
El flash le saturó los ojos.
El Ramiro, está llorando.