Yendo a la cocina, veo a Mateo cuerpo a tierra, abajo de un sillón, estirando la manito tratando de alcanzar con sus deditos de leche el cochecito de madera, azul petróleo. Sin pensarlo, me acerqué y corrí el sillón dejando al descubierto por completo la escena. El, desde el suelo, todavía con su bracito estirado, levantó sus ojos redondos ciruelas y me miró seriamente. Se levantó dignificado, volvió el sillón a su lugar y se tiró cuerpo a tierra a tratar de recuperar su cochecito de madera, azul petróleo.
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